miércoles, 3 de agosto de 2011
Ella era blanca y turbia como las aguas de un pantano . Cuándo la mirabas por primera vez , te acongojaba su belleza, mansa y serena y sus ojos te otorgaban una paz que lejos estaba de ella, cuándo la remirabas otra vez, te la encontrabas revuelta como un gato, con el pelo erizado y sacando las uñas. Era dulce cuándo la acariciabas y terca como una mula cuándo no obtenía lo que quería. Y eso ocurría en muy pocas ocasiones. Había comprendido a muy temprana edad que se movía en un mundo de hombres en el que , sin posibilidad de alzar su voz de una forma sana , siempre le quedaba su cuerpo, que bonito y reluciente , sabía usar en su beneficio. No le importaba pasarse por los bajos a unos y a otros y entre jadeos y suspiros , sellar alianzas más fuertes que los puños que cualquier hombre pudiese haber tejido para enviar sus ejércitos. Ella, movía sus caderas como una condenada y cuándo yo pasaba a su lado, se arqueaba, para que la viese bien, para que sus pechos rozasen mi la pechera de mi uniforme y yo, en la santidad de mi mente, tenía que pensar en algo bien frío para refrenarme. Se reía con una fuerza tal que hubiese hecho que la Tierra se separase de su eje. Pero nadie conseguía contentarla y mucho menos comprenderla. Era dueña de su destino en un tiempo en el que las mujeres todavía ni se atrevían a levantar la mirada al paso de un caballero de dinero. Y ya no sólo eso, si no que paseaba su libertinaje, con obstentación, como si poco le importase lo que pudieran pensar. Pero bien sé yo que le importaba. No lo decía nunca, pero por dentro era como una muñeca de porcelana, frágil y débil. Necesitaba de los halagos para sentirse poderosa. Esa atracción sexual que desprendía le daba un poder que escapaba de mi comprensión. Pero aún así, hacía lo que se le venía en gana sin pensar, ni en mí, ni en su hijo. Y me consta que adoraba a ese muchacho. Es lo único , a parte de sí misma por lo que creo que hubiese arriesgado la vida. Y lo hacía constantemente, a veces sin proponérselo. Estallaba como loca contra cualquier rufián que la contrariase sin tener un ápice de miedo ni de cordura. Hacía lo que sentía en cada momento, y cuándo yo intentaba hacerla entrar en razón, contestaba con una de sus irónicas sátiras y me miraba con condescendencia , pasando para nuestra siguiente cita, días enteros, e incluso en las ocasiones más graves, meses. Era una condenada, una mujer que de no haber tenido el título que la acreditaba como marquesa, hubiese sido tachada de fulana, de furcia, de una mujerzuela, que apenas en un año habría acabado en la horca. Pero ella era de las de cama de seda y peinados bordados en perlas, de lengua fina y un gran intelecto, capaz de ver las conspiraciones palaciegas incluso antes de que estás se hubiesen puesto en marcha. Sabía moverse en la dirección que le convenía y no tenía ningún estribo en matarse o matar para conseguir sus deseos. Tuvimos una relación fugaz y extraña, fruto de la cuál nació su hijo, que antes he mentado. Era ilícito para mí pensar que tenía ningún poder sobre ella, pero cada vez que emprendía una de sus locas batallas por conseguir al gallito de turno, o el chanchullo que le tocase en el momento, allí estaba yo, como un imbécil enamorado, siguiéndola a todas partes y velando porque ella, mi ninfa, mi musa, mi martirio, el elixir de mis males y el veneno de mis alegrías...Estuviese sana y salva. Y era cojonudamente complicado.
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